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Entraste en mi vida, y el corazón se me salió del pecho.

Fue una convulsión. Un nudo deshecho por fin. Un abrirse por dentro al verte entrar –en mi vida– en esa sala rosa. Un foco invisible –invisible a los ojos del resto– te iluminaba. Y como banda sonora un latir lento, un latir despacio, que en realidad iba a toda velocidad. Los oídos taponados, como cuando la presión –atmosférica o sanguínea– alcanza niveles incontrolados. Así estuve yo, esforzándome por respirar como un ser humano normal. Por oírte entre aquel ruido infernal que amenazaba con tragarse tu voz.

Hablamos durante un rato. Y me sonreíste en la barra de un bar cualquiera, un día cualquiera, un mes de febrero. Y un tictac, un zigzag, un murmullo o carcajadas. Antes de darme cuenta, ya no estaba. Vista la amenaza, tu amenaza, el corazón –el mismísimo órgano que bombeaba en mi pecho– salió corriendo, asustado, temiendo el doloroso final. Estaba claro que no ibas a quedarte para siempre, nada más que en mi cabeza. Harto de partirse en pedazos con cada marcha, herido y débil, el órgano se despidió, y salió del bar.

Texto x @constelacionesypoesia
Foto x @assiahalcazar

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