Si algo bueno tiene esto de ser fugitivo,
Es pasar entre la gente desapercibido,
Cuando uno está sumamente decidido,
A no llamar la atención.
En Viena, por ejemplo,
Idolatraban ese tipo de corrección.
Mirar suponía intimidar,
Sonreír era un exceso de amabilidad,
Ni un solo gesto en el ascensor…
Imagina sus caras al pedir un condón.
“Ya no se puede decir nada” pensé yo,
Y aún algo sobrio,
Me senté en mi escritorio,
Con la firme intención
De reírme de los famosos Nombres impropios.
Los Nombres Impropios nacen de las verdades jamás contadas,
De las mentiras embadurnadas,
De los labios que callan,
Cuando los secretos bailan.
Surgen del eterno
‘quiero y no puedo’
De lo políticamente correcto
Del constante miedo
A perder el respeto.
Atrás queda la adrenalina
De esa canción
De las cartas escritas
De las noches perdidas
En tu habitación.
Y es que con tanta hipocresía,
Con tanta cobardía,
Se ha perdido la osadía
De jugar con la ironía
Para escupir lo que pensamos.
Que no hay cojones
A quedarnos encerrados
A mirarnos,
Y entre tú y yo…
Bueno, mejor me callo.
No vaya a ser que luego nos ofendamos.
Viena.
“En Algún lugar, Historias sin Firmar”