Mientras el adjetivo “sostenible” inunda establecimientos y marcas que hasta el momento no habían mostrado un especial interés por trabajar en esta dirección, surge el debate de si el acceso a la moda sostenible es una cuestión de élites.
¿La moda sostenible es un privilegio de clase?
La crisis provocada por el COVID ha desembocado en una aceleración del proceso, multiplicando las prisas de muchas marcas por sumarse al carro de lo que suena ético y sostenible. La falta de conocimiento de lo que realmente implican estos términos ha motivado la aparición de una nebulosa que favorece la propagación de falsas creencias que perjudican al movimiento, entre ellas, la presunción de que la moda sostenible es accesible solo para quienes tengan a su disposición un presupuesto más elevado.
Debido a esta situación de desinformación se hace imprescindible aclarar el término “sostenibilidad”. Cuando indagamos en este concepto descubrimos que no hay una fórmula exacta que podamos seguir para evaluar si un artículo pertenece a esta categoría o no, puesto que no depende de cumplir con determinados requisitos sino de analizar todo el ciclo de vida del producto. Desde cómo se ha realizado la extracción de la materia prima con la que está confeccionado, pasando por analizar cómo han sido las condiciones laborales durante su manufacturación, valorar distancias y medios de transporte que se han utilizado para su distribución, estudiar el impacto de la prenda durante su uso, hasta definir si existe un sistema que permita aprovechar dicha prenda para la generación de nuevos tejidos una vez ha sido desechada.
Ahora que las grandes cadenas de ropa hacen énfasis en su reciente utilización de materias primas más sostenibles, es importante evitar fijarnos en exclusiva en los materiales utilizados, así como renunciar a asumir que una prenda es sostenible porque está elaborada exclusivamente en un taller local. Es el análisis de un todo el que nos hace determinar si una pieza de ropa es más o menos sostenible.
¿Pero acaso tener en cuenta esta perspectiva global no desemboca en un incremento del coste de producción y por tanto del precio final de la prenda? ¿Convierte esto a la moda sostenible en un producto menos accesible? Nada más lejos de la realidad, la sostenibilidad no es una cuestión de lujo, sino de tomar buenas decisiones. Es natural que un artículo que se ha desarrollado teniendo en cuenta aspectos ecológicos y sociales tendrá un precio algo superior a uno equivalente de una gran cadena, sin embargo la diferencia es mínima si lo analizamos en detalle. Según Clean Clothes Campaign, los empleados de la gran mayoría de las fábricas textiles en las que se produce a escala apenas llegan al salario mínimo, si recibieran un salario digno el precio final de los productos tan solo se incrementaría alrededor de un 2%. Cuando un negocio basa su actividad en la venta por volumen, ese pequeño porcentaje marca la diferencia entre ganar X millones más al año o no hacerlo. Cuando se trata de una marca más pequeña con una producción controlada que cuida al detalle el ciclo de vida de sus prendas, el beneficio económico no es el factor principal a tener en cuenta a la hora de tomar decisiones.
Mantener una mentalidad de consumo excesivo es otro de los grandes fallos a la hora de hablar de moda sostenible. Cuando elegimos qué ponernos, debemos preocuparnos por vestir sostenible, no por comprar sostenible. Las prendas más sostenibles son las que ya están colgadas en nuestro armario, por lo que el presupuesto es lo de menos si decidimos seguir este camino.
Posicionar la moda sostenible como un privilegio de clase pierde consistencia si consideramos además otras variables antes de recurrir a comprar algo nuevo. Reutilizar, transformar ropa que ya no usamos en otra nueva, reciclar, comprar de segunda mano o alquilar son algunas de las alternativas que tenemos a nuestro alcance y que rompen con la economía lineal en la que estamos inmersos que perpetúa el ciclo de ‘adquisición/uso/descarte’.
El acceso a la moda sostenible está disponible para todo aquel que valore la sostenibilidad no como un producto de consumo, sino como una forma de vida.
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