¿Has sentido –si es que eres de los que son capaces de sentir más allá de calor, lluvia o frío– esa fuerza colosal que invade un cuerpo cuando otro lo mira, desde lejos, así sin llegar a tocarse? Ese torrente que sale de unos ojos y se detiene en otros. Tan –aparentemente– inocuo. Tan –en realidad– letal. Y entonces esos ojos que se están hablando en silencio, de pronto, no ven otra cosa que esas pupilas y pestañas y párpados que sueñan con, al fin, rozarse.
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